GALERÍA MOISÉS PERÉZ DE ALBÉNIZ: hasta 26/05/13
Pionero del arte conceptual y del media
art, residente en Nueva York desde principios de los 70, Muntadas aborda temas sociales, políticos y de comunicación,
como la relación entre espacio público y privado, la homogeneización cultural o
la globalización, e investiga los canales de información, sobre todo los mass
media, y las formas en que éstos pueden ser utilizados para censurar o
promulgar ideas.
Su método no
es de acoso y derribo sino que sucintamente introduce lo patológico en las
conductas dadas por válidas para, desde ahí, hacer emerger lo aberrante de una
ideología mediática capaz de homogenizar toda mirada en una visibilidad
cosificada y regresiva. Superponiendo códigos, modificando las escalas de la
producción medial, Muntadas se erige
en un chamán que conjuga arqueológicamente los efectos de realidad producidos
por el poder mediático de la imagen-signo para hacer efectiva la violencia
sistémica en la que estamos insertados.
Siendo esto
así, normal que la actual situación española sea un vertedero donde no es muy
difícil toparse con esta sintomatología abusica del poder mediático actual. Y
es que, para una economía del poder no cifrada ya en la simple posesión, sino
en su producción, axioma fundamental de su voluntad es que, en aras de disponer
de esta productividad lógica a escala máxima, ha de ser, sobre todo y antes que
nada, representado, escenificado en una grandilocuencia cuanto más vacía mejor.
Desde la
fotografía de Obama viendo la caza y
muerte de Osama Bin Laden en un
televisor, hasta nuestro Rajoy
compareciendo vía pantalla de plasma, esta crisis parece haber acelerado la
eclosión de una mediología del poder donde el régimen de visibilidad impuesto
marca un punto de no retorno para un poder que es, antes que nada, un código
simulacionista, una imagen catódica con infinidad de puntos nodales. Poder es,
entonces, la imagen capaz de máxima visibilidad; ahí donde régimen escópico y
visibilidad remiten la una a la otra; ahí donde el mirar y lo visto coinciden
sin ser, ni mucho menos, lo mismo.
Si el poder es eminentemente medial es
porque, como dice Rancière, “la
política propia de esas imágenes consiste en enseñarnos que cualquiera no es
capaz de ver y de hablar”. Rostros de gobernantes, de expertos, de periodistas
especializados, junto con alguna que otra historia con la que, esta vez sí, dar
voz a los silenciados, es lo que principalmente se nos da a ver y a consumir.
Así, la lógica del capitalismo tardío tiene en la distribución y producción de
imágenes a su mayor aliado. Y es que su lógica sigue a pies juntillas los
primados de la sociedad de control y disciplinaria, donde solo una red de
expertos tiene voz.
Lo que lleva a
cabo aquí Muntadas es, de forma
irónica y casi hasta humorística, subrayar las “candideces” que usa el poder
medial para insertarse en las redes de visibilidad y receptibilidad que más le
favorecen. Porque, dicho de otra manera, es indecente –y esto es lo que el
artista quiere subrayar- que María
Dolores de Cospedal, a colación de la más que posible XX en su partido,
solo acierte a recitar un galimatías ininteligible –y bochornosamente
sintomático del perfil medio del político español- añadido a una sentencia
programática de la profundidad que calzan los políticos actuales: “quien la hace la paga…que cada uno
aguante su vela”. Verdaderas profecías con las que dar carpetazo a un estado de
la cuestión que roza el estado de excepción.
Este reapropiarse de los refranes
populares por parte de los políticos no es solo la manifestación más pavorosa
de querer cerrar en falso toda digresión reflexiva, sino, antes que nada, un
intento mediático por querer hablar el lenguaje del pueblo, de estar en
sintonía con él, de conectar con una realidad de la que no tienen ni el menor
atisbo. El “España va bien” de Aznar,
copiado a imagen y semejanza del “tout va bien” francés, no sin sino chistes subliminales
que representan la esquizofrenia pulsional de un poder que queda atrapado él
también en las redes del simulacro medial: cuando nada tiene ningún efecto
sobre lo real, la coletilla refranera tapa la angustia abisal que produce el no
tener ni la más mínima remota idea.
Aquí Muntadas recorre el globo en busca de la coletilla-fetiche que
acalla la escena original de un poder encallado en una mímica gestual que
pretende hacernos creer que todavía hay algo que decir: desde el célebre y desafortunado “España va bien” al
“Lo hecho en México está bien hecho” (México), “...Estamos condenados al éxito”
(Argentina), “Tout va bien” (Francia) o “Brasil tudobom, tudobem”(Brasil).
Además la galería ha editado un libro con algunos de
los momentos estelares de esa abusiva utilización del refranero:“...La unión
hace la fuerza...”(Camps, 2005), “..Más vale lo malo conocido... (Zaplana,
2007), “...No hay dos sin tres y a la tercera va la vencida...(José Blanco,
2010), “...Se cree el ladrón que todos son de su condición...” María Dolores de
Cospedal (2011).
En definitiva, esta querencia hacia los tópicos del
lenguaje, hacia una mercadotecnia de la política consumible en píldoras, no es
sino el ronroneo mascullante de un poder que sufre de vértigo, que ve como todo
decir no es sino nada en relación a
una productividad mediática que supera la lógica del sentido del propio decir y
que, frente al horror al vacío, prefiere columpiarse en la tautología
anestesiante. Si, como dijo Wittgenstein,
cuando no se tiene nada que decir lo
mejor es callarse, el poder político prefiere hacer –representar y escenificar-
como si aún tuviese algo que decir, como si aún tuviese el poder de decir la última palabra.
Lo único que nos queda: tener, nosotros, la capacidad
de mostrar cómo su decir es vacío, cómo lo que dicen no va con nosotros. Las
tres carteras ministeriales, de ministerios inexistentes, apuntan hacia allí:
mostrar la verdadera necesidad de un juego político ocupado en decir lo que nos
importa, un juego político preocupado en decir lo otro, de dar esa palabra a
quien no la tiene, a quien todavía no es un rostro mediático.
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