jueves, 19 de noviembre de 2015

NURIA FUSTER: LA CONTEMPLACIÓN DESOBRADA


NURIA FUSTER: CUANDO EL FUEGO APAGA EL HURACÁN
GALERÍA MARTA CERVERA: 20/10/15-21/11/15

Si Kant hizo remitir lo bello a una finalidad sin fin que solo se daba en el objeto artístico, no tardó mucho en descubrirse una vis dialéctica, un poso de efecto disensual en semejante categorización teleológica. Es decir, el gusto, la belleza, la finalidad sin fin, lleva implícita una determinada posibilidad de satisfacción: en suma, una política.
Adorno, como era de esperar, lo dice mejor y –contra lo que pudiera parecer– en menos palabras: “la total ausencia de finalidad desautoriza la totalidad de los fines en el mundo del dominio, y sólo en virtud de tal negación, que lo existente introduce en su propio principio racional como una consecuencia suya, la sociedad existente ha ido cobrando hasta nuestros días coincidencia de otra sociedad posible”.
Pero, claro está, para ello es menester trasmutar el efecto catártico de la contemplación: no ya contemplación de lo bello en sí mismo –como formando parte de una comunidad bien precisa, encantada de conocerse y de convenir lo preciso de ciertas tonalidades malva– sino apostar por una contemplación como huella de la promesa de felicidad con la que cargaban y de la que, en el mejor de los casos, ya no queda nada.
Esto, que hará un par de décadas pudiera haberse comprendido como una boutade de tinte baudrillardiano en cercanía con la ironía del objeto que se burla de nosotros, ahora, no ya empobrecidos con un fetichismo mercantil sino atrapados en una lógica hipertecnológica donde no somos nada sin nuestro gadjet a mano, hacer de la contemplación una actitud crítica parece camino seguro para ser fiel al destino del arte.
Situándose en esta falta de finalidad objetiva frente a un objeto que se escapa de su valor de uso, el trabajo de Nuria Fuster (Alcoi, 1978) ha despuntado en los últimos años comprendiéndose –al menos para algunos– como una más que capaz escultura de la post-desmaterialización. Si la pregunta por la escultura contemporánea tiene en lo informe, lo siniestro y el fuera de marco sus senderos seguros, Fuster se arriesga para dislocar los preceptos clásicos de la escultura y traducir su lógica implícita a los nuevos tiempos de la supra-objetividad.


Porque, ¿qué sentido una escultura más?, ¿qué hay que rememorar?, ¿de qué acontecimiento hacer memorial? Glosando un genial artículo de José Luis Pardo, las esculturas de Fuster son las esculturas de los que no somos nadie, de los que nunca hemos tenido nada que celebrar ni acontecimiento que llevarnos a la boca. Y, precisamente por eso, son esculturas para todos, para una nueva comunidad.
Pero, ¿qué sujetos forman esa comunidad? Es –y aquí volvemos al principio de este texto– en la contemplación reactualizada de esta mera materialidad objetiva, en la red de sentidos diseminados que genera donde el espejo nos devuelve nuestra verdadera identidad: vagabundos errantes, conglomerado de flujos divergentes, efímeros juegos de sensaciones.
De ahí que el azar, lo inesperado o lo aparentemente inacabado sean herramientas con las que la artista trabaja para explorar nuestras identidades pasajeras. Y de ahí, también, que lo efímero y lo procesual tengan un lugar predominante en su obra: nada es sino que todo está en camino, en devenir.
Haciendo pie en una hermenéutica (existencial) las obras de Fuster nos indican que no ya solo la comprensión es un complejo proceso de ida y vuelta (el famoso círculo hermenéutico) sino que la precomprensión –el estar destinados a preguntarnos por el ser, el estar abiertos a la pregunta por el ser– no es tal y como pensábamos que era. No ya un ser bien cerradito en sus formas, sino más bien un agujero negro, una pregunta que se esfuma, una lógica causal inoperante y disfuncional.
Si el pensamiento está preso en una lógica implementada ideológicamente, el trabajo de Fuster trata de crear fugas, desequilibrios entre lo que se espera y lo que se ofrece, entre lo contemplado y el supuesto placer, entre la causalidad y la finalidad sin fin. En definitiva: esperar lo inesperado de un mundo mejor. 

Más sobre Nuria Fuster: exposición "Don Quijote también esculpe en el aire" (2012)

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