DOCUMENTA 14
KASSEL: 10/07/17-17/09/17
(artículo original publicado en EXIT-EXPRESS:
(artículo original publicado en EXIT-EXPRESS:
Al principio de quizá su libro más
importante, y en relación a la cuestión de “la pregunta más profunda”, Maurice Blanchot señalaba que esta
“siempre queda en reserva: mantenida en reserva hasta aquel punto de inflexión
del tiempo en que concluye la época y se termina el discurso. En cada cambio de
época, parece emerger por un instante”. Por su parte, Peter Sloterdijk, en un coloquio con Zizek titulado pomposamente La quiebra de la civilización
occidental, apunta que “es necesario encontrar la verdadera problemática de
nuestra era”. Si traemos a colación estos dos apuntes es porque delinean a la
perfección nuestra situación: estamos –o al menos contamos con todos los
síntomas para así pensarlo– en un punto axial, cercanos a un grado cero en el
desarrollo de la Historia, pero no conseguimos descubrir cuál es esa pregunta
más profunda que nos catapultaría a una nueva comprensión de nuestra sociedad y
nuestro presente.
Quizá es que no estemos tan cerca
como pensamos de ese nivel cero, quizá es que no auscultamos el tiempo como
debiéramos, quizá es que nuestro nivel de percepción ha caído en picado o quizá
no sea más que un efecto del Principio de Indeterminación de Heisenberg: nosotros mismos, como
espectadores, influimos en el experimento; es decir: en la percepción de
nuestras condiciones de existencia. Sea como fuere nuestra angustia se modula a
través de una cuestión que no terminamos de formular y Documenta 14,
como cada cinco años, trata al menos de explorarla a través del fondo de
contraste que es el arte.
Claro está que para llevar a cabo
este proceso de discernimiento estético acerca de la cuestión que modula
nuestro tiempo presente hay que arriesgarse. Y, a nuestro entender, así lo ha
hecho la actual Documenta desdoblándo la clásica y única sede de Kassel en
otra, Atenas, y además pidiéndole a ésta que, bajo el amparo del título de Learning
from Athens, tome la batuta y nos guíe.
Riesgo, decimos, ¿o jugada maestra?
Porque también es verdad que a colación de este simple gesto –locuaz y
provocativo por una parte– se han oído voces que tildan a semejante estrategia
de colonizadora y de buscar simplemente un fetiche con el que experimentar,
quedándose todo en una verdad desnuda: el arribar de la élite del arte
contemporáneo a una ciudad como Atenas logrando únicamente derribar las formas
de resistencia –estética, política y social– que el entramado de Atenas ha
podido desarrollar en estos últimos años. El propio Varoufakis ha señalado que “supuestamente Documenta ha venido a
Grecia para gastar, pero en lugar de eso han succionado todos los recursos
disponibles para la escena de arte local”.
En sentido parecido se expresaba el
colectivo de Artistas contra los desalojos al pedir a la dirección de
Documenta “primero buscar Atenas y entonces aprender de nosotros”. Más aún
cuando Documenta guardó un clamoroso silencio cuando, a tan solo dos meses
vista de la inauguración en la sede griega, el Estado griego desalojó los
centros autogestionados de Villa Zografou y de la calle Alkiviadou deteniendo
en la operación a doscientas personas que fueron trasladadas a campos de
refugiados, encarceladas o, incluso, enfrentándose a la posibilidad de ser
deportadas.
Pero quizá no haya que rasgarse las
vestiduras y extraer de esta impotencia del arte y del cinismo de sus agentes
una primera lección: que al arte siempre se le ve el cartón. Quizá, sostenemos,
no haya que estar a favor ni en contra sino, simplemente, percibir cómo no es
tan fácil de satisfacer esa necesidad que tenemos de concretar la pregunta
profunda y fundamental que hemos señalado al principio y que el arte, por muy
buenas intenciones que tenga, siempre ha de calibrar una distancia de no
agresión con la realidad que trata de esclarecer. Quizá el hecho de poner la
vista sobre Atenas ha sido una idea tan buena –demasiado buena– que al final no
ha hecho más que revelar el juego de contradicciones y paradojas sobre el que
trabaja el arte contemporáneo.
Por lo pronto, el gesto de Adam Szymczyk –director artístico de la
Documenta– de apuntar a Atenas queda, como todo riesgo que se hace cometer al
arte, en tablas: se gana lo que por otro lado se pierde, se acerca tanto el
arte a la función con que la contemporaneidad le hace cargar –esa elucidación
de las condiciones socio-políticas de nuestra existencia– que se quema por el
camino, se chamusca y se ven más claramente sus resortes y remiendos y, en
suma, su impotencia. En este sentido no creemos que sea accidental el haber
situado la obra de David Lamelas en
la Kassel-Wilhelmshöhe Train Station, la estación a la que uno llega desde
Frankfurt o Stuttgart. Si al entrar se ve en tres pantallas el parlamento
alemán y griego y, en el centro, una imagen estática del Panteón de Atenas,
cuando uno abandona la ciudad la imagen no ha cambiado: todo y todos siguen
ahí, tal cual, la cháchara vacía de un parlamentarismo caduco y sin poder ya de
representación de un “nosotros” dinámico, heterogéneo y plural. Dicho de otra manera:
aunque la propuesta de Documenta simule músculo a la hora de entrar al debate,
la propia Documenta sabe que el poder del arte solo radica en mostrar y que es
a través de su propia impotencia como logra, en un nivel siempre mínimo, sus
objetivos.
En resumidas cuentas, y teniendo en
cuenta que el arte no es inocente a la hora de entrar a dilucidar el espíritu
de los tiempos, el gesto de salir fuera del recinto sagrado de Kassel, pivotar
sobre la ciudad que ha encarnado todos los desmanes del tardocapitalismo y que
ha visto ninguneados sus derechos a través de una democracia en estado
vegetativo, nos parece acertado para, en palabras del propio Szymczyk, “reflejar la situación actual
en Europa y poner de relieve las tensiones palpables entre norte y sur”. Es
decir, para interpelar mejor y más profundamente a nuestro tiempo.
Una vez esclarecida la problemática
sobre la que emerge y a la que trata de dar respuesta Documenta 14, lo que se
constata es una predilección por la estética del acontecimiento comprendiendo
este como un recorrido que, simbólica o materialmente, va de Atenas a Kassel –Roger Bernat/FFF (The Place of the
Thing), Nikhil Chopra (Drawing
a Line through Landscape), Dan
Peterman (Athens Ingot Project), Sokol Beqiri (Adonis), Rebecca Belmore (From inside)–,
así como una querencia hacia, por una parte, una lógica del testimonio como
capaz de modular la diferencia de voces que vertebran una sociedad –Bouchra Khalili (The Tempest Society), Peter Friedl (Report)– y, por
otra parte, una necesidad de retrotraerse al pasado para elucidar el sentido
del presente –Mary Zygouri (The
Round-up Project: Kokkinia 1979—Kokkinia 2017\ M.Z.\M.K.), Zafos Xagoraris (The Welcoming Gate),
Marina Gioti (The secret school).
En cualquiera de los casos se deja
de lado toda problematización del hecho artístico y del lugar que ocupan sus
imágenes en un mundo hipersaturado de ellas, optando por una comprensión del
arte como arqueología de lo minúsculo, como sismógrafo a través del cual
percibir los desajustes, desencantos y desencuentros de nuestra época, y como
catalizador (dis)tópico de comunidad, identidad y sentido –Mattin (Social Dissonance), Annie Vigier & Franck Apertet (les gens d’Uterpan) (Scène à
l’italienne (Proscenium)), Maria
Hassabi (Staging), Otobong
Nkanga (Carved to Flow). También, y como no podía ser menos, está
muy presente la cuestión de la democracia –Kostis
Velonis (Life without Democracy), Oliver Ressler (What Is Democracy?), Arin Rungjang (246247596248914102516 … And then
there were none)–, de los exiliados y emigrantes –Hiwa K (View from Above), Angela Melitopoulos (Crossings).
Y después de todo, y aunque la lista
de nombres puede sin duda ampliarse, ¿qué hay de nuestra pregunta, de esa
pregunta “más profunda” que Documenta viene a poner sobre la mesa? Dado ese
talante antinómico que anima al arte en su tarea de mostrar las contradicciones
del sistema, la pregunta podría quedar apuntada a través del (des)encuentro de
dos obras: una, el Monument for strangers and refugees erigido en
Köningsplatz por Olu Oguibe con el
lema “Era un extranjero y me acogisteis” repetido en inglés, alemán, árabe y
turco; otra, las banderas colocadas por Hans
Haacke con la frase Wir (alle) sind das Volk—We (all) are the people
(Nosotros (todos) somos la gente). Porque entre ambas, en el espacio que
recortan, en tanto que pregunta y respuesta que son, delinean el grueso de los
problemas de nuestro presente más acuciante. ¿Cómo acoger a ese otro y seguir
siendo una comunidad, un ‘nosotros’? Sin duda que puede –y debe– hacerse. Pero
el arte y Documenta llegan justo hasta aquí: lo demás debemos de hacerlo entre
todos, entre ese ‘todos’ que Haacke
coloca entre paréntesis porque es un ‘todos’ abierto siempre a ser uno más, a
dar cabida a ese otro, un ‘todos’ en tanto que sin-número y cifrado en la
desmedida.
Quizá, y en definitiva, la manera en
que Documenta ha planteado la pregunta no ha sido la más correcta y sin duda
que se ha valido de varios de los resortes que más tarde a entrado a criticar
adulterando en parte la formulación de interrogantes. Pero no por ello debemos
de dejar de ver que la pregunta ha logrado ser planteada y que el arte, más que
dar respuestas, ha de plantear preguntas. Podemos criticar a esta Documenta,
pero no es menos cierto que dentro de cinco años veremos en qué medida la
pregunta que ha logrado ser lanzada desde Kassel y Atenas ha sido contestada
No hay comentarios:
Publicar un comentario