sábado, 15 de mayo de 2010

MADRIDFOTO: EL TRIUNFO DE LA CEGUERA


MADRIDFOTO 2010: 12/05/10-16/05/10
PALACIO DE DEPORTES COMUNIDAD DE MADRID
(artículo original en Revista Claves de Arte: http://www.revistaclavesdearte.com/)

En esta estética bourriaudiana y neopostmoderna donde el valor de la obra queda a expensas de la red de significaciones en que quede circunscrito según todos los estamentos del arte y, principalmente, del no arte, la fotografía ha emergido con fuerza de maremoto. Y parece que, ya por fin, para quedarse.
Haciendo caso de la relación existente que Deleuze supo ver entre las diferentes fases de la sociedad y sus tecnologías maquínicas, a nadie escapa que la fotografía ha sabido como nadie insertarse en los recovecos del arte para, desde ahí, postularse como estrategia perfecta para realizar la taxonomía crítica de imágenes y de sus lógicas propias en la actual sociedad postutópica
Fiel reflejo de la situación boyante en que se encuentra la fotografía es esta segunda edición de la feria internacional de fotografía MADRIDFOTO que se puede ver hasta el próximo día 16 de Mayo. En ella, a pesar de que uno de sus objetivos es dinamizar el mercado del arte, se puede palmar las diferentes estrategias que la fotografía ha seguido hasta postularse como punta de lanza de un arte que reinventa sus muertes a cada instante. Las cifras no dejan lugar a la duda: más de 350 artistas, diecinueve galerías madrileñas y otras veinte del resto de España, más veintidós extranjeras siendo cuatro de ellas de Nueva York, dejan bien a las claras que estamos ante una feria por la que hay que apostar.
El panorama general que se desprende de un primer paseo por la feria es que dos siguen siendo las estrategias preferidas por la fotografía, ambas bebiendo de tradiciones que nos llevan casi hasta el origen del asunto.
De los resultados del plan fotográfico de la Farm Security Administration en la época de la Gran Depresión (Dorothea Lange, Walker Evans), se puede seguir una línea evolutiva que trata de realizar retratos asépticos y descarnadamente desnudos. Sólo que de la sordidez del campo norteamericano en época de depresión se ha pasado a una morbidez fantasmal: la del propio retrato del sujeto postmoderno, huérfano de toda profundidad psicológica y de toda dimensión humana La soledad del este sujeto rasga la película hasta inocularnos por completo. Ya sean los retratos más bien taxonómicos de Charles Freyer, de Juan del Junco o Miguel Trillo, ya sean las agrietadas caras de Liu Guanyun o las poses playeras de Lluís Artús, todo responde a lo mismo: a proponer la imagen como algo en descomposición, en busca de su identidad perdida.
Un paso más allá, acentuando la disolución del cuerpo, problematizándolo en estrategias que nada tienen que ver con los rituales performativos de Abramovic o feministas de Sophie Calle (ambas presentes en la feria), sino que van hacia la evanescencia de todo lo subjetivo, nos encontramos varias fotógrafas que, al igual que hiciera Francesca Woodman (también presente y también mujer) juegan a disolverse en una cotidianeidad que no coincide nunca con el lugar que ocupan: Eva Davidova y una fantástica Tricia Zygmund son más que dignas herederas del dramatismo existencial que siempre supone la carga de nuestros cuerpos.




Y, por último, un poco más acá si se quiere ya que sus obras parecen apelar a escenas de normalidad, aquellos que se recrean en la hipervisibilidad simulacionista de la telerealidad actual. El magisterio de Gregory Crewdson es aquí total. Cotidianeidades que se disuelven en lo siniestro que postulaba Freud, “aquella suerte de sensación de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás”, y que remiten al decorado teatral en el que toda vida común parece desarrollarse. Bruce Wrighton (un poco más kitsch), Fernando Bayona (un poco más obsceno) o Soledad Córdoba (un poco más intimista) son alegatos perfectos que nos reducen a meras ficciones dentro de un escenario al que, en espera de que alguien nos dé el papel a representar, nunca quisimos acudir.
La otra estrategia sería la que viene directamente del matrimonio Becher. Los paisajes arquitectónicos como manera más rápida y simple de llegar a la armonía compositiva requerida por una práctica artística en constante evolución. Solo que, de las simetrías armónicas de unas arquitecturas que todavía coqueteaban con la plenitud de autonomía racional, hemos pasado a unos paisajes arquitectónicos como coartada perfecta para la disfuncionalidad presente: emplazamiento y desplazamiento, sobreposición y cohabitación, estratificación y reificación. Los modos de construcción actual (ya sean estos sociales, epistémicos, subjetivos o arquitectónicos) devienen tan fantasmales que apenas se sustentan en sus débiles bases de hormigón armado.
Los ejemplos son múltiples y las estrategias variadas. Las fotografías del Hong Kong de Juan Manuel Ballester atraen hasta la extenuación de la mirada, hasta el pervertir un mirar que queda ciego de pura hipervisibilidad. Oswaldo Ruiz trae a colación la puesta al día del concepto de no-lugar: como des-apareciendo de un fundido en negro, surgen emplazamientos sin identidad propia, sin lugar definido. Itziar Okaria prefiere reivindicar lo mausolítico de unas construcciones que nos llevan a la quiebra del espacio público y se fotografía en perfomances en las que los escala. Vincenzo Castella propone una construir casi sin la mirada, donde la deslocalización planea sin lugar donde hacer posar la mirada. Roland Fisher y Aitor Ortiz son dos de los grandes que cabe citar también en esta relación tan ideal que la fotografía ha sabido trabar con lo arquitectónico.



Pero quizá lo más interesante sean las terroríficas fotografías en las que el vaciamiento epistémico en que toda construcción actual se sustentada queda tan desnudo y a simple vista. Luis Veloso, Tomás Ochoa y Juan Fernando Herrán se enfrentan con la radical sospecha de que, en el fondo, debajo de toda construcción, no hay nada. El esqueleto de un edificar perfecto y al mismo tiempo fantasmal es la metáfora perfecta para un tiempo que ejerce el peor de los poderes: el de hacernos creer que, de tanto mirar, realmente hay algo bajo la pantalla global.
Pero, y además de estas dos grandes corrientes, la relación antes puesta sobre la mesa entre el régimen social y el régimen escópico nos ha deparado en esta feria los más gratas sorpresas. La profusión de imágenes a velocidad límite como núcleo duro de la actual economía del signo-mercancía tiene en la fotografía a su más claro crítico. Anna Malagrilla propone unas fotografías en las que no hay nada que ver, en las que, como en la realidad hipervisual actual, de tanto mirar conseguimos no ver nada. Con las mismas intenciones, problematizando la mirada, ha trabajado desde hace tiempo Gerhard Richter, también presente en la feria.
Otros como Isidro Blasco, Eduardo Valderrey o Bondía fragmentan la representación remitiendo a un cubismo fenomenológico pero esta vez sin totalidad que reunifique. Pero sin duda es Joan Fontcuberta el que más sabiamente sabe hacer conjugar la técnica fotografía con la producción actual de imágenes: el tránsito de imágenes no ya reproducibles sino producibles delinea unos nuevos modos de subjetivación más íntimos si cabe con los flujos de deseo. El ‘Prestige’ hundiéndose o el Cristo de la Última Cena de Da Vinci son producidos de nuevo (que no producidos) en un cut-and-paste que tiene todo de azaroso y de teledirigido. Y es que en la inminente era posthumana, la imagen, al devenir puro fantasma, al no quedar adherida a una memoria ni incardinada en una historia, está en condiciones de, en palabra de José Luis Brea, “fulgir con el brillo breve de la mercancía en su captura total de los flujos de deseo”.




Por último, un apunte indispensable: la obra ganadora del Premio Comunidad de Madrid de la pareja de artistas Días & Riedweg. Subvirtiendo el principio duchampiano de hacer de un objeto cualquiera una obra de arte, ellos proponen objetos de arte, en este caso cintas de videoarte, ocultos dentro de maletas comunes. De esta manera, la mirada estética queda obstruida en un mirar que nunca encuentra aquello que busca. “En el corazón de esta videocultura siempre hay una pantalla, pero no hay forzosamente una mirada”, adelantó Baudrillard hace ya años. Esta feria vendría a ser el epílogo a tal sentencia: el triunfo incontestable de la fotografía ha sucedió cuando, de hecho, ya no hay nada que ver.

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