viernes, 14 de diciembre de 2012

ANISH KAPOOR: EN BUSCA DE LA EXPERIENCIA DISTÓPICA


ANISH KAPOOR: SHADOWS
GALERÍA LA CAJA NEGRA: hasta 12/01/13

            Los caminos de la abstracción, en su búsqueda incesante del otro lado, han dado en claudicar. Y hace bien. Porque si algo está más que claro es que nada hay oculto bajo las apariencias. En este sentido, si las vanguardias son un nudo gordiano aún inexplicable, es porque en ellas se vio postulada la necesidad que de aceleración tenía la propia Modernidad a la hora de vérselas con ese otro lado. Enfrentarse a la plausibilidad de lo otro, decidir si sí o si no. Y, dependiendo de la respuesta, acelerar más la marcha, pisar un poco más el acelerador.

Que la historia nos enseñe que después de ellos vino una “llamada la orden”, es razón más que suficiente para comprender que la razón eficiente se alzó con sus ansias de aniquilación: el nuevo orden como intervalo donde el nuevo capitalismo tomase la forma deseable, donde –una vez dado por válido dicho orden-, las cosas respirasen en espera de la siguiente aceleración del sistema.

Y así andamos, de latigazo en latigazo y el arte siguiéndole la pista a un capital que, se mire por donde se mire, se escapa inocente favorecido por las nuevas máquinas-dispositivo que él mismo crea. Así, la lucha por la conquista del otro lado del lienzo ha terminado en una derrota colosal para las estéticas de la resistencia. La lucha antiburguesa de los dadaísmos, la lucha antiracional de los surealistas, la lucha antimoderna de los neoplasticismos, etc: la mezcla y batiburrilo balbuceante de un mundo que se despañaba sin aún saberlo vino a concretar que no hay salida.  

Hoy en día por tanto, -y ahí quizá resida la fuerza del parallax con que Hal Foster interpreta a las vanguardias- se sabe que toda lucha ha de darse aquí y ahora, que todo se juega en la inmanencia de un juego de espejos y de poderes dónde el espectáculo es el enemigo público número uno al tiempo que nuestro mejor postor. Que se lo digan si no a Anish Kapoor, figura figurísima del panorama internacional, y cuya carrera nace y muere en el trabajo que lleva a cabo adaptando los antagonmismos de siempre a la nueva inmaterialidad de lo inmanente. Bajar las pretensiones de transcendentalidad y de resistencia, hacer de la forma el tope al que se puede someter una visibilidad siempre concentrada en lo mundano. Si Kapoor nos invita a buscar no el significado, sino el sentido de las cosas, hay que añadir que ese sentido está siempre y en caso aquí entre nosotros.



Su obra polariza nuestras experiencias dandonos a probar aquello mismo que ya hemos perdido: una filosofía que trata de superar la ya-dado, una visibilidad que se rasga ante lo invisible. El juego de Kapoor es saber lo que no somos, lo que hemos renunciado a ser, la consigna de que auqneu no haya salida nuestron trauam es querer seguri jugando. Quizá su procedencia hindú le haya permitido no solo intuirlo sino también darle forma.

Sus trabajos nos deberían de sonar a broma pesada y sin embargo nos fascinan: “el vacío no es el silencio”, dice. ¿Hay algo más impropio de nuestar civilización que unas palabras como esas?  El tiempo y el espacio como aperturas a la creatividad, como categorías difuminadas a través de la experiencia estética. Donde todo se juega en el isntante del ‘aparecer’, donde ya ni siqueira hay tiemopo para el ser, Kapoor nos ofrece el escándalo de querer “llegar a ser”.  

Pero la "patochada" va más lejos: "al final, hablo de mí mismo. Y pienso acerca de no hacer nada, lo cual lo veo como un vacío. Pero entonces sucede algo, incluso aunque realmente no sea nada” -aunque sea realmente la nada, le cabría decir. Así pues, mientras decidimos qué hacer con nuestras miserias, mientras nos loamos de todo lo conseguido, el trabajo de Kapoor es el de proponernos vías alternativas de experiencia, formas donde nuestras bien aprendidas cuatro verdades se enfrenten a una vibración ya desterrada: el límite de un sublime, un no-ver que se zafa de ver. En silencio, mientras repudiamos, todos a una, tanto este mundo circunspecto como las experecnias que nos llegan vía arte, Kapoor nos ofrece precisamente aquello que queremos olvidar: que no somos tan planos, que el imperio del presente no nos satisface tanto como habíamos creído.

En un mundo unidimensional, preocuapdo en las interconectividades a nivel virtual, donde el acto precede a la potencia y la inmanencia toca fondo con el fin de las utopías, cierto arte saca partido del cinismo reinante para operar una fisura en la ideología postmoderna proponiendo experiencias que, según la ideología imperante, no serían más que rescoldos de nuestra vida pasada. ¿Su belleza? Apelar a un sublime donde el olvido ha echo caja y la nada es omnipotente.

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