El mañana es un
milagro”, he leído que ha dicho Soledad
Lorenzo en un reciente reportaje sobre el inminente cierre de su galería. Y
quizá sea esa la última muestra de su empuje y su coraje, el último consejo
para un mundo que no deja de quejarse y de cantar a los cuatro vientos lo
miserable de su situación. Saber que no hay derechos adquiridos ni cantos de
sirenas que tengan que ser oídos. Solo un futuro a expensas de nuestro trabajo
y nuestro amor por hacer bien las cosas, un tiempo que solo cabe ser llenado de
ganas y de ilusión.
Sin traumas ni exageradas
tristezas, con una normalidad que suena casi hasta extraña, esta galerista nos dice,
después de 26, adiós. Desde 1986 al frente de una galería que bien puede
situarse entre las tres o cuatro de mayor importancia y nombre dentro del panorama
artístico patrio, Soledad Lorenzo cierra
las puertas dando por concluida una etapa. Pero si las cierra por no querer
sobrevivirse, por el hecho simple de querer pasar a otra cosa, la verdad es que
el vacío que deja es inmenso.
Quizá cobre así
sentido decir que coger su testigo bien puede significar, y más aún ahora en
esta situación de absoluta negatividad, no darnos por vencidos y empeñarnos en
sacar lo mejor de todos. Solo así las ausencias y agujeros que empiezan a
carcomer lo hasta ahora levantado pueden comprenderse como posibilidades, como
nuevas situaciones esperando a ser acometidas, a ser exprimidas con el mismo
tesón y entrega que puso esta mujer en el mundo del arte. La situación es mala,
lo que nos rodea –por lo general- de una mediocridad enfermiza. Pero ya está. Si
no ayudar a su mejora, si por lo menos esforzarnos por no sumarnos a la
pataleta continuada de la mediocridad. Ser, como el trabajo de esta galerista, siempre
mejores.
Difícil, si no
imposible, comprender el arte español de las últimas décadas sin la figura de Soledad Lorenzo. Porque en su agenda no
solo han estado las figuras totémicas de Louise Bourgeois, Julian Schnabel, Robert Longo o Tony Oursler, sino que signo distintivo de su labor ha sido el
cuidado y mimo con el que ha ido trabajando con los artistas españoles, ya hayan
sido estos gigantes de primera magnitud (Tápies, Palazuelo) o jóvenes emergentes (esta vez sí, en el mejor
sentido de la palabra, como Jerónimo Elespe o Fhilipp Fröhlich).
Entre medias, entre ambos polos, una
lista sin la cual el arte español de los ochenta, noventa y dosmil, simplemente,
no existiría: Sergio Prego,
Juan Uslé, Pello Irazu, Galindo, Manglano-Ovalle, Ugalde, Pérez Villalta,
Txomin Badiola, Perejaume, Jon Mikel Euba, Sicilia, Adriá Juliá, etc.
Con
ocasión entonces de la última exposición en la galería, valgan estas palabras como
agradecimiento a su trabajo, y valga su ejemplo como impulso dinamizador, como
testimonio de que es solo el entusiasmo y la pasión por el arte lo que siempre –y
por muchas hogueras que nos pongan en el camino-nos salvará de la quema.
Dejo enlace a una entrevista de la que fue
revista señera del galerismo madrileño durante dos estupendos (y añorados) años:
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