CARTOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS: DIBUJANDO
EL PENSAMIENTO
CAIXA FORUM MADRID: 21/11/12-24/02/12
Las
prácticas artísticas han tenido en cuenta esta problemática y se han dirigido
con una batería casi infinita de estrategias a poner por una parte en jaque los
procesos ideológicos que se esconden en toda representación y, por otra, a
proponer nuevas relaciones, nuevas topografías que amplíen el campo de lo
visible y de lo posible. Esta exposición da cuenta de manera magistral de esa
ecuación tan fascinante como perversa: cómo la visión condiciona la
comprensión, cómo la representación condiciona el conocimiento.
Dos coordenadas, dos ejes: el mapa y
el territorio, el dispositivo que nos ofrece el conocimiento y lo dado a
conocer, el primero plegándose como puede sobre el primero bajo la premisa de
que, en todo caso, el mapa no es el territorio. Dicha expresión, debida a Alfred Korzybski, alude a que la imagen
que cada uno tenemos de la realidad que nos rodea no es sino una versión de la
realidad misma. Dicho de otro modo, la cosa observada y la imagen de la cosa
observada son objetos diferentes, por más que ante nuestras mentes pretendan
identificarse en todo llegando a confundir lo que percibimos con el objeto que vemos.
Así, en semejante ejercicio despótico,
en la falla que media entre el “ser” y el “parecer”, el error de la razón hace
pie precisamente en aquello que trata de olvidar: que todo es una ejemplificación,
una determinación siempre parcial y escueta y que, para acercarse al
acontecimiento, no existe camino único ni vía directa.
Pero si durante una época la misión
era ampliar cuanto más fuese posible el mapa para ampliar el conocimiento y el
campo representacional, ahora de lo que se trata más bien es de dinamitar las
racionalidades que han venido en dar por válidas determinadas relaciones
cognoscitivas, sociales y políticas. Porque la realidad descansa en un nouménico
fundacional y acercarnos a él provoca un fogonazo luminoso que nos ciega: un nudo
borrodiano, un desplazamiento de placas, un no-lugar en el centro de una
presencia que es siempre ausencia.
Y es que, si se ha descubierto que la
razón es simplemente la mascarada de una ideología que impone su razón de ser,
en el límite de esta paranoia el territorio ha venido a coincidir con el mapa. Tal
proceso, acelerado por el capital, hace hincapié en el hecho de que la razón –el
lenguaje, el signo, etc- es autoreflexivo y se basan en la función metalingüística:
si la palabra no es la cosa representada, acercarnos a ella trae consigo una
serie infinita cuya trabazón epistémica solo viene dado por la naturaleza
autoreflexiva del propio lenguaje. Así por ejemplo el “una rosa es una rosa es
una rosa …” de Gertrude Stein: una serie lingüística que en su intento de
mapear la realidad es incapaz de solaparse de ella. Siempre una aproximación
asintótica, un epsilón como fractura cognitiva, una falla por donde el ser se
(des)fundamenta, pero que en los últimos años ha sido eliminada por el poder
fantasmagórico del simulacro.
En “Cultura y Simulacro”, Jean Baudrillard recuerda un cuento de Jorge Luís Borges sobre un mapa que
tenía un grado de exactitud y tamaño tan grandes, que cada punto del mapa
coincidía exactamente con el punto geográfico que se buscaba señalar, de modo
que para ver Pekín había que ir realmente a Pekín. Esta es la implosión mediática,
el poder maquínico del signo que ha operado el ejercicio mefistofélico de
adueñarse de la realidad e intercambiarla por él mismo. Ahora ya por fin, si
toda realidad es comprendida como representación, obviamente que el mapa sí
coincide con el territorio según un ejercicio simulacionista y de alto grado de
abstracción donde “el gran signo único”, el capital, funciona de gran
dispositivo de hiperrealidad.
Pero yendo ya a la problemática central
que se trata en esta exposición, la representación topográfica que supone una
cartografía mapeada ha funcionado desde siempre como dispositivo de
visibilidad: no se representa en el mapa solo lo que se ve sino, y sobre todo,
lo que no se ve. Se mapea para tener representación de ese ámbito de indecibilidad
e imposibilidad, para proponer un reajuste novedoso en la realidad circundante.
Porque si la realidad no es única y si es inabarcable desde el punto de vista
del mapeo, por otra parte hemos de decir que el trabajo topográfico del mapa no
ha de ser visto únicamente desde este aspecto negativo, sino que su misión consiste
en ampliar la propia realidad, en vérselas con lo incognoscible para operar una
hipótesis de trabajo.
Es, sin duda alguna, esta vertiente la
que más interesa aquí: un mapa es una posibilidad de resistencia frente al
imperio dogmático de la realidad que sella lo ya conocido, lo ya dado por
válido. Un mapa es la consigna de un deslizamiento en las relaciones que construyen
la realidad. No es tanto una puesta en limpio de lo ya sabido como un atrevimiento
frente a las relaciones archimanoseadas de lo trivial: una nueva relación espacial
y temporal, una nueva posibilidad para la memoria insumisa frente al dogma del
vencedor, una diatriba contra la manipulación de coordenadas, una arqueología
de lo distorsionado y los deslizamientos, una esperanza para otras
cartografías, topografías y utopías.
Sin querer ser exhaustivo sí que merece
la pena no perderse lo siguiente: Arturo Barrio y su cuchillo que mezcla el
lugar con el mapa, Varcárcel Medina y
sus reflexiones sobre el paso del tiempo, On
Kawara y sus fechas, postales y sus ‘I
met’, Sugimoto y la perversión de
la medida espacio-temporal, Francis Alÿs
y la tragedia de las fronteras, Ruscha
y la condensación del espacio laboral, Alighiero
Boetti, Marcel Broodthaers y la
descontextualización norte/sur, Matta-Clark
y la especulación del espacio, Oriol
Vilapuig y la topografía de la memoria, Ana Mendieta e Yves Klein
y sus geografías del cuerpo, Guy Debord
y la deriva en la ciudad como modo existencial de catarsis, Hirschhorn y los mapas fluídicos de lo
que no queremos ver, Richard Long y
las huellas del cuerpo, Ignasi Aballí
y su mapa “mediático”.
En todos ellos aletea una tensión, ya
sea entre lo visible y lo invisible, o entre las justificaciones
institucionales que dan por válido una cartografía determinada. El trabajo del
arte es provocar esa tensión, desenmascarar una realidad que, pese a simular
ser única e indivisible, no es más que un constructo socio-político manejable,
disruptivo, asíncrono e ideológicamente construido.
Punto negativo: se echa de menos un
último apartado para la reflexión de ese mapa infinito que ahora forma el ciberespacio.
Lo virtual, sostenido en un tiempo heterocrónico e instantáneo y un espacio
condensado en lo infrafino de una topología rizomática, ha hecho realidad el
sueño hipertecnológico de la Modernidad: que, como decíamos más arriba, el mapa
sea el territorio. Dinamitar esta trabazón, insertarse en las lógicas del
capital que saturan los regímenes de visibilidad, es el trabajo que en la
actualidad merece más la pena.
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