AIMÉE ZITO LEMA: ALGUNAS FORMAS DE AMISTAD
THE GOMA: hasta 20/12/16
Hay cierto poso de
verdad cuando se dice –decimos– que el arte ha sustituido a la religión. Y es
que, en un mundo fuertemente secularizado, existe un problema de capital
importancia que el arte, cierto arte, viene a intentar solucionar: el de la
memoria. Si Kant asentaba el imperio
de la razón en, entre otras cosas, dar respuesta a la cuestión acerca de qué
nos cabe esperar, la sensación es que hemos descarrilado porque, sin memoria
donde sustentarnos, nada podemos esperar. E, igualmente, nada podemos hacer por
remontar la situación…pues todo se perderá como lágrimas en la lluvia.
Estas cuestiones que
tocan de cerca una multitud de temas, irrumpen también en la escena de lo
social y lo político: ante este ninguneo programático de nuestras vidas que
sufrimos a diario, ante la lógica imperial de un capitalismo que nos apremia a
poner precio a cualquier cosa bajo el eslogan de marca de que así, quien sabe,
podremos disfrutar de algún instante no adulterado de libertad y felicidad,
¿qué hacer?; ¿qué esperar si cualquier ejercicio de contraprogramación se diluirá
como un azucarillo en el instante siguiente?
Es en este sentido
que muchas de las prácticas artísticas tienen en el ejercicio de la memoria a
su más íntimo aliado. Su modus operandi
consiste en hacer del arte un ámbito donde la temporalidad del acontecimiento
–reducida a cero por las facciones de una hipertecnologización de los mundos de
vida– sea condensada, sedimentada en el presente intemporal de la obra de arte
y enviada quien sabe a qué futuro.
Podría verse en esta
estrategia una forma reaccionaria y un tanto edulcorada de arte. Porque, ¿no es
esa misma “promesa de memoria” lo que caracteriza a todo el arte del pasado,
desde las pirámides de Egipto hasta que, por poner una fecha, Duchamp introdujo el readymade? Porque,
y en relación a este gesto duchampiano, ¿no es precisamente esta negación de
memoria y presencia el rasgo más distintivo e insoslayable del arte
contemporáneo, comprendiendo éste al menos desde las vanguardias?, ¿no tenemos,
actualmente, en la imagen-tiempo la constatación precisa de que lo nuestro es
borrar el tiempo más que condensarlo?
La clave, en esta
dicotomía y para no entrar de lleno en un arte profiláctico e insustancial, es
modular el “cómo”: cómo plasmar una “representación” capaz de servir de repositorio
de una memoria voladiza y escurridiza y de, al mismo tiempo, ser fiel a la
impronta fugaz y al gusto por la borradura del arte contemporáneo. En pocas
palabras: cómo alargar la temporalidad del acontecimiento sin servirse de la
representación y del régimen ideológico por ella sustentado. La cuestión no es
baladí ya que, entre otras muchas cosas, una respuesta coherente separaría el
arte y sucedáneos como el fotoperiodismo –ahora tan dado en entrar por la
puerta grande del arte.
Pero, más importante
aún, es que precisamente es esta memoria nómada y en fuga por la que hay que
apostar: una memoria abierta al futuro, que no consista en la herencia de un
fardo pesado a las demás generaciones sino en la modulación de un acontecimiento
en su diferir, en su estar en envío. Brea
lo dijo muy bien en su día: “memoria que no es de repetición y resonancia de la
mismidad, sino –y se inaugura aquí una política que necesariamente habría de
expresarse como lógica del sentido-acontecimiento– escucha silente y atenta de
la diferencia…que viene”. Memoria a-representacional, como modulación
retroproyectiva de un ya–sido que se envía a través de un juego de diferencias
dada por una temporalidad ya heterocrónica. Memoria de futuro, no de pasado.
Aimée Zito Lema es una artista holando-argentina –nació en
Amsterdam en 1982, creció en Buenos Aires y regresó al país del tulipán para
ampliar estudios y, en la actualidad, estar en residencia en la Rijksacademie
de Amsterdam– cuyo trabajo se basa en redimensionar temporalmente lo escuálido
de unos acontecimientos –sociales y políticos– que parecen ser poco más que
carnaza con los que abrir telediarios y con los que nutrir al ciudadano medio
con la sensación de que, aunque no sepa muy bien el qué, algo está pasando. Su
estrategia es la de descentrar el foco mediático, la lógica de la
representación con el que lo consumimos o a lo plasmamos en un libro de
historia, para hacer emerger de ahí tensiones que llegan no solo hasta hoy sino
hasta mañana.
Partiendo de
documentos de archivo de manifestaciones y protestas sociales, Zito Lema bascula el centro de
atención, amplía el detalle, reconcentra la amplitud de unos gestos consumidos
en la aparente grandilocuencia del acontecimiento en el que quedaron insertos
para desenfocarlos y redimensionarlos en coordenadas tomadas ahora al
microscopio. La manifestación, la protesta, el acto social, deglutido y
reconvertido en –como mucho– juego mediático de cifras e imágenes fosilizadas listas
para engrosar nuestra memoria-archivo, son vueltas a poner en marcha a través
de una atención por el gesto mínimo y a una mímica gestual con capacidad de
reconfiguración simbólica.
Contra lo que cabía esperar, estos registros
desconectados de su origen, desplazados de su lógica representacional, lejos de
quedar amputados de toda vis relacional y de todo sentido, muestran con
precisión el núcleo tensional que les animaba: el régimen de afectos y efectos
que la comunidad teje y desteje, la vibración de un acontecimiento inasible a
quedar petrificado en tanto que registro de un pasado. El acontecimiento, a
través de estas obras, abandona la parálisis de una temporalidad contenida para
lanzarse en pos de un vibratto
constante que atraviesa diferentes capas de sentido, diferentes temporalidades
y diferentes identidades. Es en el entremedias de este atravesar que la
comunidad, lejos de remitir a la identidad plena que emerge del pasado, queda a
la espera de un porvenir: el tiempo-presente se rompe, la memoria se desgaja.
Las obras de Zito Lema sugieren que la comunidad
está en proyecto: no hay memoria que guardar sino memoria que construir. La
comunidad es juego de desidentificaciones a través de un tiempo impresentable y a-representacional, un
tiempo que no teje la memoria de un sido sino que recrea –estéticamente como
aquí– la memoria de un aún-no, de un por-venir. Para ello, el acontecimiento
tiene que desenhebrarse de la lógica que lo reduce a dicotomías tales como éxito/fracaso
o causa/efecto, y que lo silencia así en una identidad lista para ser estudiada,
comprendida…olvidada.
Esto, precisamente, y
para concluir, es lo que lleva a cabo Zito
Lema en estas obras: desconectar el acontecimiento histórico de sus
coordenadas históricas: abrirlo a una lógica de los afectos inmemorial. Es
decir, que no guarde memoria sino que la reconstruya y recree: memoria, en suma
y valiéndonos del título de la exposición, de la amistad y de la hospitalidad.
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