jueves, 15 de diciembre de 2016

AIMÉE ZITO LEMA: MEMORIA DE FUTURO


AIMÉE ZITO LEMA: ALGUNAS FORMAS DE AMISTAD 
THE GOMA: hasta 20/12/16

Hay cierto poso de verdad cuando se dice –decimos– que el arte ha sustituido a la religión. Y es que, en un mundo fuertemente secularizado, existe un problema de capital importancia que el arte, cierto arte, viene a intentar solucionar: el de la memoria. Si Kant asentaba el imperio de la razón en, entre otras cosas, dar respuesta a la cuestión acerca de qué nos cabe esperar, la sensación es que hemos descarrilado porque, sin memoria donde sustentarnos, nada podemos esperar. E, igualmente, nada podemos hacer por remontar la situación…pues todo se perderá como lágrimas en la lluvia.
Estas cuestiones que tocan de cerca una multitud de temas, irrumpen también en la escena de lo social y lo político: ante este ninguneo programático de nuestras vidas que sufrimos a diario, ante la lógica imperial de un capitalismo que nos apremia a poner precio a cualquier cosa bajo el eslogan de marca de que así, quien sabe, podremos disfrutar de algún instante no adulterado de libertad y felicidad, ¿qué hacer?; ¿qué esperar si cualquier ejercicio de contraprogramación se diluirá como un azucarillo en el instante siguiente?
Es en este sentido que muchas de las prácticas artísticas tienen en el ejercicio de la memoria a su más íntimo aliado. Su modus operandi consiste en hacer del arte un ámbito donde la temporalidad del acontecimiento –reducida a cero por las facciones de una hipertecnologización de los mundos de vida– sea condensada, sedimentada en el presente intemporal de la obra de arte y enviada quien sabe a qué futuro.


Podría verse en esta estrategia una forma reaccionaria y un tanto edulcorada de arte. Porque, ¿no es esa misma “promesa de memoria” lo que caracteriza a todo el arte del pasado, desde las pirámides de Egipto hasta que, por poner una fecha, Duchamp introdujo el readymade? Porque, y en relación a este gesto duchampiano, ¿no es precisamente esta negación de memoria y presencia el rasgo más distintivo e insoslayable del arte contemporáneo, comprendiendo éste al menos desde las vanguardias?, ¿no tenemos, actualmente, en la imagen-tiempo la constatación precisa de que lo nuestro es borrar el tiempo más que condensarlo?
La clave, en esta dicotomía y para no entrar de lleno en un arte profiláctico e insustancial, es modular el “cómo”: cómo plasmar una “representación” capaz de servir de repositorio de una memoria voladiza y escurridiza y de, al mismo tiempo, ser fiel a la impronta fugaz y al gusto por la borradura del arte contemporáneo. En pocas palabras: cómo alargar la temporalidad del acontecimiento sin servirse de la representación y del régimen ideológico por ella sustentado. La cuestión no es baladí ya que, entre otras muchas cosas, una respuesta coherente separaría el arte y sucedáneos como el fotoperiodismo –ahora tan dado en entrar por la puerta grande del arte.
Pero, más importante aún, es que precisamente es esta memoria nómada y en fuga por la que hay que apostar: una memoria abierta al futuro, que no consista en la herencia de un fardo pesado a las demás generaciones sino en la modulación de un acontecimiento en su diferir, en su estar en envío. Brea lo dijo muy bien en su día: “memoria que no es de repetición y resonancia de la mismidad, sino –y se inaugura aquí una política que necesariamente habría de expresarse como lógica del sentido-acontecimiento– escucha silente y atenta de la diferencia…que viene”. Memoria a-representacional, como modulación retroproyectiva de un ya–sido que se envía a través de un juego de diferencias dada por una temporalidad ya heterocrónica. Memoria de futuro, no de pasado.


Aimée Zito Lema es una artista holando-argentina –nació en Amsterdam en 1982, creció en Buenos Aires y regresó al país del tulipán para ampliar estudios y, en la actualidad, estar en residencia en la Rijksacademie de Amsterdam– cuyo trabajo se basa en redimensionar temporalmente lo escuálido de unos acontecimientos –sociales y políticos– que parecen ser poco más que carnaza con los que abrir telediarios y con los que nutrir al ciudadano medio con la sensación de que, aunque no sepa muy bien el qué, algo está pasando. Su estrategia es la de descentrar el foco mediático, la lógica de la representación con el que lo consumimos o a lo plasmamos en un libro de historia, para hacer emerger de ahí tensiones que llegan no solo hasta hoy sino hasta mañana.
Partiendo de documentos de archivo de manifestaciones y protestas sociales, Zito Lema bascula el centro de atención, amplía el detalle, reconcentra la amplitud de unos gestos consumidos en la aparente grandilocuencia del acontecimiento en el que quedaron insertos para desenfocarlos y redimensionarlos en coordenadas tomadas ahora al microscopio. La manifestación, la protesta, el acto social, deglutido y reconvertido en –como mucho– juego mediático de cifras e imágenes fosilizadas listas para engrosar nuestra memoria-archivo, son vueltas a poner en marcha a través de una atención por el gesto mínimo y a una mímica gestual con capacidad de reconfiguración simbólica.


             Contra lo que cabía esperar, estos registros desconectados de su origen, desplazados de su lógica representacional, lejos de quedar amputados de toda vis relacional y de todo sentido, muestran con precisión el núcleo tensional que les animaba: el régimen de afectos y efectos que la comunidad teje y desteje, la vibración de un acontecimiento inasible a quedar petrificado en tanto que registro de un pasado. El acontecimiento, a través de estas obras, abandona la parálisis de una temporalidad contenida para lanzarse en pos de un vibratto constante que atraviesa diferentes capas de sentido, diferentes temporalidades y diferentes identidades. Es en el entremedias de este atravesar que la comunidad, lejos de remitir a la identidad plena que emerge del pasado, queda a la espera de un porvenir: el tiempo-presente se rompe, la memoria se desgaja.
Las obras de Zito Lema sugieren que la comunidad está en proyecto: no hay memoria que guardar sino memoria que construir. La comunidad es juego de desidentificaciones a través de un tiempo impresentable y a-representacional, un tiempo que no teje la memoria de un sido sino que recrea –estéticamente como aquí– la memoria de un aún-no, de un por-venir. Para ello, el acontecimiento tiene que desenhebrarse de la lógica que lo reduce a dicotomías tales como éxito/fracaso o causa/efecto, y que lo silencia así en una identidad lista para ser estudiada, comprendida…olvidada.
Esto, precisamente, y para concluir, es lo que lleva a cabo Zito Lema en estas obras: desconectar el acontecimiento histórico de sus coordenadas históricas: abrirlo a una lógica de los afectos inmemorial. Es decir, que no guarde memoria sino que la reconstruya y recree: memoria, en suma y valiéndonos del título de la exposición, de la amistad y de la hospitalidad.

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