CENTROCENTRO:
30/09/16-29/01/17
UNO
Si algún acontecimiento
puede decirse que ha tenido lugar en las últimas dos décadas es, sin duda, el
del cierre del pliegue. Todo se ha clausurado sobre sí mismo y ya no hay
espacio –ni tiempo– para que suceda nada más que el zumbido sordo de una
catástrofe continua. La alegoría, ese impulso neobarroco que algunos vieron
como respuesta teórica a una postmodernidad que licuaba espacios a marchas
forzadas, se ha salido de la vía de servicio por donde discurría: en el devenir
esquizoide de ese “ser otra cosa”, la lógica alegórica de la representación ha
terminado por remitir a una ipseidad absoluta donde el reino de lo idéntico
campa a sus anchas. Anulada la impronta Real, ahora todo acontece en la
obscenidad de un fuera de escena pues ésta, la escena, ha quedado sellada quién
sabe si para siempre.
El crimen es, como señaló
Baudrillard, perfecto y nada apunta
más que su propia falsedad simulacionista. Nada tiene ya la capacidad para
remontar la autoreferencialidad de un mundo como doble invertido de sí mismo;
no hay ya cadena de significantes que nos haga barruntar un envío postal que,
dirigido a nosotros mismos, nos saque de este atolladero. “Nuestra cultura del
sentido se hunde bajo el exceso de sentido, la cultura de la realidad se hunde
bajo el exceso de realidad, la cultura de la información se hunde bajo el
exceso de información. Amortajamiento del signo y de la realidad en el mismo
sudario”, apuntó el sociólogo francés.
Nos hundimos y la
imagen aquella del barón de Munchaussen
tirándose él mismo de la cabellera para salir del fango donde se había metido
ha resultado ser un espejismo válido solo mientras creíamos estar atravesando
el desierto. Pero ahora que sabemos que detrás del desierto no hay sino más
desierto, constatamos que lo mejor es disfrutar del espectáculo que supone el
estar siendo tragados, absorbidos por el sistema. Así, desapareceremos junto
con el mundo pero, y eso es lo importante, el espectáculo habrá sido sublime.
Jacques Philippe le Bas |
Y es que, como dijo Malevich hace ya un siglo en su Manifiesto del Suprematismo, “ya no hay ‘imágenes
de la realidad’; ya no hay representaciones ideales; ¡no queda más que el
desierto!”. Pero sumidos en el desierto, ahí donde no se habita sino que tan
sólo se recorre, donde se avanza sin roturación ninguna ni coordenadas que nos
indiquen el rumbo, nuestra tragedia es que hemos perdido el rastro: avanzamos
en círculos y las huellas que vemos al pasar no son ya posibles direcciones a
seguir sino un emborronamiento masivo, una cacofonía de inscripciones donde no termina
por no haber nada escrito. Desierto, por tanto y como apuntó Brea, “como fatal ruina incluso de la
ruina, alegoría inexcusable de todo futuro y metáfora mayor de la efimeridad y
contingencia de todo el trabajo del hombre. (….) Seña de clausura de un ciclo,
el civilizatorio”.
En definitiva, y ya
que la palabra “ruina” ha sido citada: tal es nuestro descalabro, nuestro
desvarío y desorientación que ni la ruina, antaño elevada a tótem intempestivo
desde donde repartir temporalidades con capacidad de resignificación y
repotenciación, puede ser ya tomada como tal. Es decir, no hay forma de echar
la mirada atrás para intuir el latir de una constelación que nos trasporte a
algún otro futuro que no sea el que, de antemano, tenemos asignado: aquel donde
no acontezca –no siga aconteciendo– otra cosa que la catástrofe de nuestra
cotidianeidad.
DOS
Es de esta situación
de extravío perpetuo de lo que trata esta estupenda exposición: de la propuesta
de una serie de constelaciones inconclusas –tanto en su origen como en su
destino final– que no expliquen pero que sí muestren una cartografía de
nuestros desafueros, que radiografíen nuestra circunspecta catatonia ante el
páramo baldío que se abre ante nosotros. En cuanto que últimos hombres incapaces
de ver una salida y que no hacen sino dar vueltas en círculos concéntricos
–nihilismo reactivo–, para quienes ni siquiera el valor testimonial de la ruina
tiene nada que decirnos, esta exposición se nos antoja como fundamental.
Dividida en cuatro
partes –Naturaleza, cultura, cuerpo; Infraestructura; Superestructura;
Destrucción, reparación– la exposición diseña infinidad de recorridos para
venir a dar en la escombrera en que Europa se ha convertido. La primera parte
da cuenta del proceso de medida y cálculo, de armonización y proporcionalidad
que se llevó a cabo para construir una determinada idea de Europa sustentada en
la normativización de saberes con estructura de sistematización. En este
sentido, Europa da nombre al proyecto de antropomorfización cultural de la
naturaleza. Cabría señalar a Vasari
y el origen de la Historia del Arte como sucesión de biografías de artistas considerados
importante, la craneometría de Blumenbach,
el cráneo de Mengele, Vesalio y la nueva concepción del
cuerpo y del cosmos, William Hogarth
y el canon de belleza aplicado a todo ámbito, Marco Vitruvio Polión y la concepción matemática de la anatomía
humana.
El segundo capítulo
da cuenta de la red telúrica de (dis)tensiones que han ido vertebrando Europa:
el imperio romano como germen de poder y frontera con el bárbaro a conquistar,
la hegemonía cultural griega, el conocimiento como herramienta de poder, el
mapeado como método de control, la “touristización” burguesa de la Ilustración
y la “turistización” de la ciudad-mercancía en un mundo global, la reconversión
de la nación en Estado del Bienestar y la actual dialéctica de la democracia. Ligorio, Paladio, Piranesi y sus carceri, Winckelmann y la primera sistematización de la Historia del arte, Bentham y el panóptico, Paul B. Preciado y el control psico-farmacológico.
Como colofón la pieza de Muntadas CEE/Heysel Dyptich donde el Parlamento
Europeo se confronta como nuevo oráculo de Delfos, solo diferente en la extrema
burocratización y la hegemonía de los poderes económicos. Tanto para una
diferencia tan poco emancipadora. O, como concluyeron Adorno y Horkheimer, “el mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en Mitología”.
Piranesi |
La
tercera de las partes –Superestructura– da forma y vertebra ese nudo de
tensiones mostrado en la parte previa, la Infraestructura. Aquí, a resueltas de
esa tectónica modular que separa y fragmenta, que ejerce presiones e impone su
fuerza, el territorio es compartimentado a través de “un complejo entramado de
escalas, políticas y representaciones”. De este modo, y amplificando la lógica
militar, el mundo queda “europeizado”: dividido en relaciones jerárquicas,
norte y sur, oriente y occidente, democracia y no democracia, y, al mismo
tiempo, canalizado en grandes corrientes de intercambio simbólico e
inmaterial.
Pero
sin duda que la más interesante es la que hace de coda final: la cuarta, Destrucción, reparación. Porque es aquí
donde todo lo apuntado previamente, lo anotado para formar parte de una
memoria, lo catalogado para crear un corpus de saber, lo cartografiado para ser
sometido a control y poder, incluso lo arruinado como forma de acumular
historias olvidadas, es destruido, subvertido, anulado, eliminado. Con el
Holocausto como acontecimiento nuclear, como razón que termina por olvidar
incluso el olvido que la hace viable, lo que se nos muestra son sobre todo estampaciones
de los desastres de la guerra: Goya,
Jacques Callot y la Guerra de los
Treinta Años, Ernst Friedrich y la
Primera Guerra Mundial, Richard Peter
y la Segunda Guerra Mundial. Junto con ello, junto lo cruel y atroz de muchas
de las imágenes, está la consigna clara de que solo nos queda la bunkerización
pregonada por Virilio, el ensayo de
suturas especulares con el que simular nuestros rostros aún con algún aliento
de identidad (Kader Attia) o el enfrentamiento
directo con el trauma que practica Hrair
Sarkissian.
Hrair Sarkissian |
Y es que lo que está
claro es que pasado, presente y futuro no vertebran ya ninguna historia. Ni
aquella que narra lo que seremos ni lo que pudimos haber sido. No hay solución
ninguna, ni de continuidad ni de discontinuidad. Irene Mohedado, Forensic
Architecture, incluso las palabras de Albert
Speer o la planta de Roma de
Piranesi con todos los monumentos de la Antigua Roma nos indican que hemos
perdido el mapa con el que rastrear el pasado, que ni hay ni habrá síntesis que
auscultar en ningún pasado ni en ningún presente.
¿Qué queda entonces?
Queda la herida desangrada de un pasado imposible de reengancharse en la
historia mínima de nuestras vidas, un pasado sin capacidad ninguna para servir
de disparadero desde donde superar la delgadez atrófica de nuestro
mundo-imagen. Porque, ¿qué ver, a dónde ir, qué sentido auscultar bajo la
catástrofe de la historia narrada por Alain
Resnais en Nuit et brouillard?
TRES
Al final del periplo,
por tanto, volvemos donde estábamos: al desierto. El desierto de la historia,
de la imagen. No haya nada que podamos decir ni nada que podamos ver. “Actualidad
intempestiva del desierto –decía Brea–
cuando, en consecuencia, todo lo que ya cabe esperar de la cultura, del
discurso de supuesto saber y las prácticas que de él se declinan, es también la
pura contingencia, pura forma provisional, una significación efímera y en
cierta forma anticipatoria de su propia prematura caída en la insignificancia,
en la indiferencia”.
Nuit et brouillard, Alain Resnais |
Y es que, para
concluir, somos bellas estatuas retroproyectadas en la Gran Pantalla Única,
fragmentadas en imágenes construidas a base de pequeños nódulos sinápticos
generados como respuesta pauvloviana a un mundo espectral lleno de banalidad,
indiferencia e imbecilidad. En esta situación, nuestra gran tragedia es que
hemos perdido el manual de instrucciones con el que reconfigurar una imagen, un
futuro, una historia o una identidad a la que poder calificar de nuestra, a las
que poder calificar de nuestras.
Pero a pesar de todo
esto –casi al contrario: gracias a que ha sucedido todo esto–, gracias a que
nuestra orografía es la desnudez intempestiva de un secarral, bien podemos por
fin enfrentarnos a nuestro destino en la honradez de quien se sabe perdido. Sólo
ahora podemos labrarnos un destino más alto: habitar ese desierto baldío que
surcamos; proponer alguna forma de nihilismo activo frene a lo reactivo y
agorero del presente sin fondo que surcamos
A este respecto,
decía Benjamin que “únicamente quien
supiera contemplar su propio pasado como un producto de la coacción y la
necesidad, sería capaz de sacarle para sí el mayor provecho en cualquier
situación presente. Pues lo que uno ha vivido es, en el mejor de los casos,
comparable a una bella estatua que hubiera perdido todos sus miembros al ser
trasportada y ya sólo ofreciera ahora el valioso bloque en el que uno mismo
habrá de cincelar la imagen de su propio futuro”. Somos eso y mucho más: porque
no cabe ya pasado ninguno que nos muestre donde empezar a golpear con el
cincel. Hemos de crearnos de cero, atrevernos a ser pura futurabilidad: ¿cabe
tamaña aventura?
Richard Peter |
En sentido parecido
se expresa Rancière al hacer del Torso del Belvedere germen
interpretativo de la basculación del régimen estético basado en la representación
mimética a otro llamado “estético”: el surgido a finales del siglo XVIII y
principios del XIX, ahí donde ahora estamos. El Torso, dice, “no expresa ningún sentimiento y no propone ninguna
acción que imitar”, no hay representación ninguna ni ninguna memoria se asoma
bajo sus miembros amputados. Está totalmente separada de las formas de vida en
las que habían surgido: ya no ilustran ninguna fe, no se dirigen a ningún
público, no significan ninguna grandeza social. Solo nos remiten a una desconexión
y sustracción de sentido. Es decir, el Torso
señala que no hay destinación que nos marque el ritmo, que no hay lógica ya que
haga depender la producción estética de una distribución determinada de
competencias, que no
En definitiva, atlas
de las ruinas de Europa, atlas anatómico de nuestra moribundía: pero más que
final de camino, inicio –quien sabe, sí tuviésemos el arrojo, la decisión– de
un nuevo despliegue. No como superación –Aufhebung–
de ninguna metafísica, de ningún desierto ni de ninguna olvido, sino como
decisión de empezar a construirnos un futuro sin coordenadas, sin manual de
instrucciones. Desplegar sin más la tienda, saber que no hay refugio ante este
viento que sopla y que esa es nuestra mayor oportunidad, la única, para que la
vida, nuestras vidas, no nos sean nunca más ninguneadas ni ofrecidas como
reclamo para quién sabe qué oscuros propósitos.
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