miércoles, 28 de noviembre de 2012

NURIA FUSTER: EN CAMINO HACIA UNA NUEVA MATERIALIDAD



NURIA FUSTER: DON QUIJOTE TAMBIÉN ESCULPIÓ EN EL AIRE
GALERÍA MARTA CERVERA: hasta 31/12/12

 Sí, el concepto quizá pueda ser ese, el de una nueva materialidad. Y el momento vital del arte también. Porque, y siguiendo a Lucy Lippard, una vez todo se ha desmaterializado, toca hacerse fuertes para intentar detener la maraña inmaterial en una fisicidad concreta, en una corporalidad desde donde hacer emerger potencialidades más capaces de hallar resistencia que no aquellas que van de suyo con el latir propio de los tiempos.

De lo que se trataría por tanto, frente a los nuevos mitos que conforman nuestro pathos postmoderno –el simulacro de Baudrillard, la liquidez de Baumann,  etc-, sería condensar esa ingravidez propia de la fugacidad que quiere congeniarse con un tiempo-presente instantáneo y eterno, para hacer aparecer olvidos pretéritos, promesas evanescentes y destruidas en la patochada de lo hiperfluídico. Para, en definitiva, reconstruir la historia y reelaborar la realidad.

Porque la rotura, la novedad, los ejercicios de resistencia, no vienen ya –o al menos no únicamente- de lo conceptual-inmaterial como antagonista al poder fetichizado del signo-mercancía, sino que lo objetual, lo a-la-mano de todo objeto, remite en igualdad de condiciones a la necesidad de obturar drásticamente y, frente al imperio de la mercancía, proponer otras lecturas, otras estrategias de conglomerado y de estipulación de lo corpóreo.
 
 

Crear otros modos y maneras, alumbrar de nuevo la utopía, son capacidades que surgen únicamente como rearticulación de lo ya sido, de lo ya sedimentado en forma de objeto o de relato acabado. Abrir las esclusas, dejar que el poso del tiempo resintonice con otro pulso, con otra pulsión, dejar que la fisicidad de lo orgánico reconstruya la memoria.

Y en el germen de todo este desarrollo está la idea capital de que, por muy rápido que esto fluya, por muy cerca que estemos de la evanescencia absoluta, por mucho que nuestra realidad se haya reconvertido en una pantalla global por donde pulula el flujo intangible de la imagen, siempre quedará un cuerpo, una huella imposible de olvidar, una materialidad que podría dar buena cuenta de la ignominia de todo tiempo, de las historias silentes y silenciadas. Poco más o menos, y a grandes rasgos, esta es una de las tesis adelantadas por Miguel Ángel Hernández Navarro en su último libro.

Así, este retorno de la materia tiene que ver con el acto de reescribir, de recordar para no transigir con el olvido. Tiene que ver con la capacidad que tiene toda fisicidad de apelarnos a reordenar la realidad, a rehacerla de modo estético. Tiene que ver, en definitiva, con ese núcleo donde se forjan las preguntas más indecibles, ahí donde se anudan el pensamiento y la forma, la ficción y la realidad: ¿cómo dar forma al pensamiento, a las ideas?, ¿las formas son ya encarnaciones de alguna idea del pensamiento?, ¿se pueden crear formas nuevas?, ¿se puede pensar algo diferente?, ¿se puede siquiera intuir ese pensamiento? De serlo, de existir, las ideas que destilen tal pensamiento sin duda que remitirían a la novedad radical, a la imposibilidad de lo posible, a la posibilidad de llegar ser la posibilidad.

Es este mismo recorrido el que la propia Nuria Fuster busca en el magisterio de Beuys: “el hombre no es libre en muchos aspectos. Depende de las circunstancias sociales, pero es libre en su pensamiento y aquí está el punto de partida de su escultura. Para mí la formación de pensamiento ya es escultura”. Esta frase del artista alemán y que preside la web de Fuster sirve de declaración de intenciones de la propia escultora. Materia y forma, pensamiento y cuerpo físico, realidad y ficción: el juego dialéctico entre opuestos es siempre el mismo, el que marca el espectro de nuestro devenir. Marcar donde termina uno y empieza otro, operar una fractura, un disenso, en las relaciones dadas como válidas para cada uno de los pares: en este sentido, el arte contemporáneo se erige como modular potencial de diferencias.


Indagar en el concepto de escultura es la forma que tiene Fuster de insertarse en la realidad, de proponer desajustes nuevos entre el pensamiento y el cuerpo, entre lo inmaterial y la forma. Porque es creando, igual que don Quijote, como el arte es capaz de proponer nuevas realidades, nuevas relaciones entre regímenes ficcionales. Así, como en los encuentros fortuitos que dictaba Lautréamont de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, las esculturas de Fuster dinamitan las relaciones consensuadas y operan una fisura entre la potencia del pensamiento y la materialidad que le da forma.  

Sus esculturas por tanto son dispositivos de apertura a lo diferente, nuevos encontronazos con pensamientos aún no encarnados en formas. La apertura al pensamiento que proponen estas esculturas indaga en la capacidad de articular nuevas formas materiales, nuevas vibraciones entre los objetos y los cuerpos, nuevas relaciones que hagan restallar el presente ignoto de lo dado. Son, en la línea del trabajo de Oteiza, propuestas de modificación –y construcción- del límite y, consustancial a ello, preguntas acerca de qué está hecha la realidad.

Así por tanto, como don Quijote, que esculpió la realidad a través de su visión, las obras de Fuster nos apelan a ser nuevos quijotes, a dar rienda suelta a esa ‘locura’ innata que llevamos dentro y que parece adormecida por la capacidad del lenguaje de relacionar de forma biunívoca realidad y pensamiento. Volver a empezar a hablar, volver a comenzar a mirar, toparse con la novedad de una forma sin pensamiento previo.

En definitiva, las Esculturas amplificadas de Fuster remiten al hecho de que la realidad excede al lenguaje, de que hay pensamientos sin forma aún determinada y que nuestra labor, nuestra labor creativa y disensual, debe de trazar nuevas operaciones entre objetos y materiales para, así, acercarnos más a lo real.

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