NURIA FUSTER: DON QUIJOTE TAMBIÉN ESCULPIÓ EN EL AIRE
GALERÍA MARTA CERVERA: hasta 31/12/12
De lo que se
trataría por tanto, frente a los nuevos mitos que conforman nuestro pathos
postmoderno –el simulacro de Baudrillard,
la liquidez de Baumann, etc-, sería condensar esa ingravidez propia de
la fugacidad que quiere congeniarse con un tiempo-presente instantáneo y
eterno, para hacer aparecer olvidos pretéritos, promesas evanescentes y
destruidas en la patochada de lo hiperfluídico. Para, en definitiva,
reconstruir la historia y reelaborar la realidad.
Porque la rotura,
la novedad, los ejercicios de resistencia, no vienen ya –o al menos no
únicamente- de lo conceptual-inmaterial como antagonista al poder fetichizado
del signo-mercancía, sino que lo objetual, lo a-la-mano de todo objeto, remite
en igualdad de condiciones a la necesidad de obturar drásticamente y, frente al
imperio de la mercancía, proponer otras lecturas, otras estrategias de
conglomerado y de estipulación de lo corpóreo.
Crear otros
modos y maneras, alumbrar de nuevo la utopía, son capacidades que surgen
únicamente como rearticulación de lo ya sido, de lo ya sedimentado en forma de
objeto o de relato acabado. Abrir las esclusas, dejar que el poso del tiempo
resintonice con otro pulso, con otra pulsión, dejar que la fisicidad de lo
orgánico reconstruya la memoria.
Y en el germen
de todo este desarrollo está la idea capital de que, por muy rápido que esto
fluya, por muy cerca que estemos de la evanescencia absoluta, por mucho que
nuestra realidad se haya reconvertido en una pantalla global por donde pulula el
flujo intangible de la imagen, siempre quedará un cuerpo, una huella imposible
de olvidar, una materialidad que podría dar buena cuenta de la ignominia de
todo tiempo, de las historias silentes y silenciadas. Poco más o menos, y a grandes
rasgos, esta es una de las tesis adelantadas por Miguel Ángel Hernández Navarro en su último libro.
Así, este
retorno de la materia tiene que ver con el acto de reescribir, de recordar para
no transigir con el olvido. Tiene que ver con la capacidad que tiene toda
fisicidad de apelarnos a reordenar la realidad, a rehacerla de modo estético.
Tiene que ver, en definitiva, con ese núcleo donde se forjan las preguntas más
indecibles, ahí donde se anudan el pensamiento y la forma, la ficción y la
realidad: ¿cómo dar forma al pensamiento, a las ideas?, ¿las formas son ya
encarnaciones de alguna idea del pensamiento?, ¿se pueden crear formas nuevas?,
¿se puede pensar algo diferente?, ¿se puede siquiera intuir ese pensamiento? De
serlo, de existir, las ideas que destilen tal pensamiento sin duda que remitirían
a la novedad radical, a la imposibilidad de lo posible, a la posibilidad de
llegar ser la posibilidad.
Es este mismo
recorrido el que la propia Nuria Fuster
busca en el magisterio de Beuys: “el
hombre no es libre en muchos aspectos. Depende de las circunstancias sociales,
pero es libre en su pensamiento y aquí está el punto de partida de su
escultura. Para mí la formación de pensamiento ya es escultura”. Esta frase del
artista alemán y que preside la web de Fuster
sirve de declaración de intenciones de la propia escultora. Materia y forma, pensamiento
y cuerpo físico, realidad y ficción: el juego dialéctico entre opuestos es
siempre el mismo, el que marca el espectro de nuestro devenir. Marcar donde
termina uno y empieza otro, operar una fractura, un disenso, en las relaciones
dadas como válidas para cada uno de los pares: en este sentido, el arte
contemporáneo se erige como modular potencial de diferencias.
Indagar en el
concepto de escultura es la forma que tiene Fuster de insertarse en la realidad, de proponer desajustes nuevos
entre el pensamiento y el cuerpo, entre lo inmaterial y la forma. Porque es
creando, igual que don Quijote, como el arte es capaz de proponer nuevas
realidades, nuevas relaciones entre regímenes ficcionales. Así, como en los
encuentros fortuitos que dictaba Lautréamont de una máquina de
coser y un paraguas en una mesa de disección, las esculturas de Fuster
dinamitan las relaciones consensuadas y operan una fisura entre la potencia del
pensamiento y la materialidad que le da forma.
Sus esculturas por tanto son dispositivos de
apertura a lo diferente, nuevos encontronazos con pensamientos aún no
encarnados en formas. La apertura al pensamiento que proponen estas esculturas indaga en la capacidad de
articular nuevas formas materiales, nuevas vibraciones entre los objetos y los
cuerpos, nuevas relaciones que hagan restallar el presente ignoto de lo dado.
Son, en la línea del trabajo de Oteiza,
propuestas de modificación –y construcción- del límite y, consustancial a ello,
preguntas acerca de qué está hecha la realidad.
Así por tanto, como don
Quijote, que esculpió la realidad a través de su
visión, las obras de Fuster nos
apelan a ser nuevos quijotes, a dar rienda suelta a esa ‘locura’ innata que llevamos
dentro y que parece adormecida por la capacidad del lenguaje de relacionar de forma
biunívoca realidad y pensamiento. Volver a empezar a hablar, volver a comenzar
a mirar, toparse con la novedad de una forma sin pensamiento previo.
En definitiva, las Esculturas amplificadas de Fuster remiten al hecho de que la
realidad excede al lenguaje, de que hay pensamientos sin forma aún determinada
y que nuestra labor, nuestra labor creativa y disensual, debe de trazar nuevas
operaciones entre objetos y materiales para, así, acercarnos más a lo real.
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